Antes de empezar: por qué estos errores “pican” tanto en la rúbrica

Cuando el corrector se sienta con tu texto delante, no lee por placer; lee con una hoja de evaluación en la que cada columna representa un criterio — coherencia, logro de la tarea, variedad léxica, variedad gramatical, cohesión.  Basta con fallar en uno de ellos para que el bloque completo pierda puntos, de modo que un descuido aparentemente menor termina inflando la resta final.  Los cinco problemas que vas a ver a continuación se repiten examen tras examen y son, estadísticamente, los que transforman un “apto holgado” en un “raspado” o incluso en un “no apto”.  Conocerlos —y, sobre todo, interiorizar la forma de corregirlos— es la vía más rápida para proteger tu nota.

1. No responder a las pautas: el vacío que deja tu texto sin “ancla”

El Instituto Cervantes formula cada tarea con instrucciones muy concretas: propósito, destinatario, registro y, casi siempre, tres o cuatro puntos que debes tratar.  Ignorar uno de esos elementos es como dar una conferencia sin saber quién te oye.  El corrector aplica entonces el criterio “logro de la tarea” y tu puntuación se desploma porque, simple y llanamente, no has cumplido el encargo.  Para blindarte contra este fallo, subraya las palabras clave del enunciado y conviértelas en subtítulos o en ideas guía antes de empezar a escribir; después, marca con un tic cada pauta cubierta.  Solo cuando todos los tics estén en verde empieza el borrador definitivo.

2. Responder solo a medias: el “sí, pero no” que resta igual que el silencio

A veces creemos que hemos contestado porque mencionamos el punto, pero lo hacemos de manera tan breve que el corrector lo considera insuficiente.  Ejemplo clásico: la pauta pide “explicar dos ventajas y dos desventajas” y tú enumeras las ventajas pero desarrollas una sola desventaja.  Resultado: el bloque se puntúa con la mitad de la escala.  La solución pasa por aplicar la regla 1 idea = 2 frases: presenta y desarrolla.  Si te quedas corto de espacio, recorta un adorno, no un punto de la consigna.

3. Pobreza léxica: cuando tu texto suena a fotocopia

Un vocabulario repetitivo no solo aburre al lector; en la rúbrica del DELE baja tu casilla de “riqueza y precisión léxica”.  El corrector detecta enseguida que usas el verbo “hacer” para todo, que repites “bueno” tres veces en cinco líneas o que abusas del comodín “cosa”.  Amplía tu repertorio con sinónimos temáticos antes del examen y, durante la relectura, subraya cualquier palabra que aparezca más de dos veces: sustituirla por un sinónimo o una perífrasis suele bastar para elevar la valoración.

4. Poca variedad gramatical: la frase plana que deja huérfana tu idea

Un texto correcto pero monótono —todo en presente simple, sin oraciones subordinadas, sin tiempos compuestos— transmite seguridad mínima pero ninguna ambición.  El DELE premia la “amplitud y flexibilidad gramatical”, así que necesitas demostrar que dominas más de un tiempo y más de un tipo de estructura.  Introduce, al menos, un conector causal con subjuntivo (“para que”), un contraste (“aunque”) y un condicional (“si tuviera”).  No es cuestión de forzar la gramática, sino de darle espacio para que respire y muestre tu techo real.

5. Ausencia de marcadores: ideas sueltas que nunca llegan a formar discurso

Por muy buenas que sean tus ideas, si no las unes, el corrector lee párrafos que flotan.  Sin conectores —además, sin embargo, por lo tanto, en cambio— el texto carece de cohesión y tu nota se desinfla en la columna “organización”.  Haz una lista de diez marcadores imprescindibles y pega la hoja en tu cuaderno; antes de entregar, pasa la vista y comprueba que aparece al menos uno por cada tres o cuatro frases.  Un marcador bien empleado guía al lector y le demuestra que controlas la arquitectura del discurso.

Cómo integrar la solución en tu rutina

  1. Simula la tarea con cronómetro y rúbrica delante, no con redacciones libres.
  2. Revisa en dos fases: primero el contenido — ¿cumples todas las pautas?—, luego la forma — léxico, gramática, marcadores.
  3. Crea un banco propio de sinónimos y estructuras; alimenta la lista cada semana y obliga a tu próxima redacción a incluir al menos dos novedades.
  4. Lee en voz alta la versión final; el oído capta repeticiones y faltas de cohesión que el ojo pasa por alto.

La práctica deliberada en estas cuatro líneas convierte los errores crónicos en fortalezas visibles para el tribunal.

Evitar estos cinco fallos no requiere genio literario, solo método y atención consciente.  Cada vez que los corrijas, sumarás décimas que pueden ser el margen entre el “no apto” y el “apto” —o entre un aprobado justo y una nota que te haga sentir orgulloso/a.  Pon este listado sobre tu mesa de estudio, repásalo antes de cada simulacro y tu Prueba Escrita dejará de ser terreno minado para convertirse en otro paso firme hacia el certificado